domingo, 28 de septiembre de 2014

Maraña [fragmentos #5]


Viajar en búho

Moisés y Bety se iban un rato antes del cierre. Yo me quedaba hasta el final con el rubio o el morocho. Cada noche Marcos venía a buscarme. Llegaba temprano y se sentaba en un rincón entre la barra y la pared. Aparecía con bufanda, guantes, gorro de lana, todo lo que pudiera ponerse encima. Quedaban al descubierto sólo los ojos y la nariz. No estábamos acostumbrados al frío seco de Madrid. Se nos metía como agujas a través de la piel. Yo le servía empanadas, pinchos calientes y, de postre, arrollado de dulce de leche y café. A veces, en lugar de café le cargaba el pocillo de Baileys. No nos permitían consumir los licores, pero el color era igual al de un cortado, nadie podía notarlo salvo oliéndolo. Le pasaba la comida espaciadamente cuando el dueño de turno estaba en otra cosa. Ellos se daban cuenta y miraban fijo, haciéndose ver, de manera que nos diera pudor y parásemos. Pero a nosotros pudor no nos daba. Nos cuidábamos en los detalles pero sin demasiada intriga. Marcos apoyaba su taza y un libro sobre la barra y leía hasta que mi turno terminase.  
Los domingos antes de volver a casa, pasábamos por el Seven Eleven ubicado frente a la boca del metro y nos metíamos chocolates o helados Häagen-Dazs en los abrigos. También mirábamos los libros y a veces encontrábamos tesoros, entre las góndolas del drugstore, que nos escondíamos entre la ropa. Teníamos que hacer rápido, para no ser descubiertos y para alcanzar el último metro.
Los sábados yo trabajaba hasta las cuatro o cinco de la mañana. Esperábamos en la misma esquina un bus que nos llevaba hasta Cibeles, donde confluían todos los búhos: los autobuses nocturnos de Madrid. Allí conectábamos con otro que nos acercaba a casa. Si perdíamos la conexión subíamos a pie por Gran Vía para no quedarnos quietos en el frío. Luego tomábamos alguna calle desierta del centro hasta a Sol y desde allí por Carretas hasta la Magdalena. Nos parecía que todas las calles tenían nombres pintorescos. Seguíamos contemplando la ciudad con ojos de extranjero. La caminata podía durar media hora, quizás un poco menos. A esas horas la Gran Vía era otra. En las fachadas de las grandes tiendas, en los recovecos de las entradas a los locales de moda o a los cines estaban las chicas orientales, rígidas como estatuillas. Adolescentes disfrazadas de putas. Entre ellas, separadas por una distancia de entre quince y treinta metros, había puestos de sopa montados sobre cajas de cartón. Los puesteros eran hombres y mujeres mayores de nacionalidad china. A la vista se armaban como segmentos familiares: una pareja entrada en años y a unos pasos una niña que podía ser perfectamente la hija del matrimonio. La sopa de arroz la conservaban en termos y en ollas de metal y la servían en envases vacíos de manteca, crema de leche, bebidas, yogures, cualquier cosa que aguantara la temperatura. 
       
Alquilábamos un departamento en Lavapiés, un barrio de viejos y de inmigrantes. Era un piso de tamaño medio dividido en dos partes: al frente, la peluquería de la propietaria y detrás, una habitación amplia, una cocina minúscula, una pequeña sala de estar y un baño. Del balcón de nuestra habitación colgaba un cartel al que le faltaban algunas letras: Paloma. Peluquería de señoras. Durante la semana compartíamos el espacio con ella. Mientras el salón de peinados estaba abierto nos movíamos en la habitación. Pasábamos a la cocina y al baño lo mínimo indispensable. Después de las siete de la tarde y de domingos a lunes, también podíamos usar la sala de estar. Allí había un televisor viejo colocado en un gran modular lleno de vírgenes, estampitas, fotos de Paloma con dos muchachos y fotos de uno de los muchachos rodeadas de velas y rosarios. Además había dos sillones de caña y una mesa ratona con revistas de chismes que yo leía los domingos. Con Paloma nos cruzábamos poco. Prácticamente no la conocíamos aunque habitábamos en la trastienda de su vida.

En una ocasión visitamos su casa. En realidad, no fue una visita sino una pasada a raíz de un contratiempo. Un viernes, al cerrar la peluquería, había trabado la puerta principal con un cerrojo del cual no teníamos llave. Tuvimos que llamarla desde una cabina. Se disculpó por la distracción y nos pidió que pasásemos a buscar la llave que nos faltaba. La casa de Paloma no tenía nada que ver con su peluquería de Lavapiés. Era un departamento moderno, estilo ochentoso, con varias paredes espejadas, adornos puntudos y brillosos, muebles rectilíneos tapizados con paños chillones y, por todas partes, más fotos de ella y los muchachos. Había otro santuario, ubicado en una mesa redonda. Un gran portarretratos con la foto del joven, rodeado de santos, flores y una vela encendida. A Paloma se la notaba nerviosa, no incómoda, sino excitada, exultante. Daba la impresión de que no acostumbraba recibir gente allí. No pudimos disimular la mirada sobre la mesita. Ella se dio cuenta y nos contó que se trataba de su hijo mayor que había muerto en un accidente de moto. Nos dijo que rezaba por su alma cada día y que él estaba siempre con ella. Del otro chico que aparecía en las fotos no habló.
Después volvimos a la dinámica habitual: la veíamos poco y casi no conversábamos. Seguimos viviendo como antes, entre las imágenes del hijo muerto y las velas consumidas que quedaban al final de cada jornada.

Un día antes de dejar Madrid, mientras hacíamos las valijas para volver a Argentina, le contó a Marcos sobre el otro hijo. No se hablaban desde hacía varios años. Paloma lloraba y pedía consejos. Estábamos los tres de pie en el metro y medio de la cocina. Pero ella le hablaba a él, llorando y mirándolo a los ojos. Yo me quedé en silencio. No quise irrumpir en esa intimidad. Mientras la escuchaba pensaba que las distancias no se hacen de espacio sino de tiempo. Pensé en nosotros siendo felices en la pieza detrás del cartel mientras ella peinaba a las señoras y no se le escapaba una pizca de dolor. En ese momento no me daba cuenta, pero ahora creo que fue lo más parecido que me pasó a vivir en una película de Almodóvar. No por la historia, sino por los tonos. Las historias están todas contadas, la diferencia reside en los colores, las texturas, la luz y la sombra, los puntos y las comas, la cadencia, el maquillaje.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Desde México, reseña del Seminario de Estudios sobre Narrativa Latinoamericana Contemporánea (Unam)

 

En los bordes entre lo banal y lo extraordinario


Natalia Massei. Maraña. Rosario: Baltasara Editora, 2014, 180 p.



 Por Armando Velázquez Soto



La obra de Natalia Massei (1979) aparece de manera periódica en el suplemento cultural Rosario/12, del diario Página/12, y algunos de sus relatos han sido incluidos en las antologías Nada que ver (Caballo Negro, 2012) y Rosario: Ficciones para una nueva narrativa (Baltasara Editora, 2012). La autora, quien dirige un café literario en su ciudad desde hace varios años, reúne en Maraña once relatos para conformar su primer libro publicado, narraciones de extensión diversa en las cuales se cuentan historias que a pesar de ser muy distintas entre sí, tienen un origen común en su observación de la cotidianidad. En una entrevista reciente, Massei profundiza un poco en su método de escritura y señala: “podría decir que parto de pequeñas escenas triviales, pueden ser un flash, una visión fugaz o una situación que me sugiere una grieta hacia una dimensión más profunda en la que vibran sentidos intensos, trascendentales”. Más adelante añade que a través de estas escenas se filtran cosas que no pueden observarse, pero que las sitúan en “los bordes entre lo banal –que puede pasar desapercibido− y lo extraordinario, el entramado complejo detrás de cada gesto”. [1]
 

Desde “Carcoma”, el primer relato del libro, puede observarse el profundo trabajo con el lenguaje desarrollado a lo largo de todo el volumen, un trabajo orientado a producir la sensación de transparencia, tan frecuentemente confundida con la sencillez expresiva. Massei cuenta en este libro situaciones triviales en un lenguaje diáfano, pero en modo alguno fácil; el dominio de la escritura genera en el lector esta claridad que oculta lo que ocurre detrás de las palabras y los hechos cotidianos, en una integración profunda entre la forma artística y la historia narrada. En “Carcoma” una joven familia vacaciona en un balneario y aunque las acciones que realizan diariamente se limitan a comer o nadar, el silencio instalado entre los esposos, el calor sofocante y un sonido apenas perceptible pero constante, configuran una atmósfera opresiva que lleva a la madre a una especie de huida parcial: se aleja del balneario caminando bajo el sol y con su segundo embarazo, ya muy avanzado, a cuestas. El relato está narrado desde la perspectiva de la madre y alterna diversos tiempos para dar cuenta de lo sucedido a su llegada al balneario y lo que le ocurre justo en el momento presente, en una intercalación de temporalidades que en el resto de los cuentos también se amplía a la integración de varias perspectivas narrativas. En este relato aparecen por vez primera Luci, Marcos y la madre (NÁ), tres personajes que forman parte de otros cuentos del libro y a los que podemos seguir en distintas situaciones y rupturas.


Es quizá en “Tatuada”, uno de los relatos más largos del libro, en el que Massei construye un lenguaje distinto al de los otros cuentos, mucho más denso y ciertamente más cercano a lo que se considera poético. Este lenguaje es diferente porque la historia en sí misma es distinta a las demás, igualmente cotidiana pero en modo alguno trivial: la experiencia de la muerte a través de la identificación de un cadáver. Manuel aguarda en una comisaría mientras se realizan los trámites necesarios para que pueda identificar un cuerpo que lleva distribuidos once nombres, tatuajes que traducen en caligrafías y calidades distintas las experiencias amatorias de Brenda, la hija del hombre que espera; Brenda lleva en su piel el nombre de su padre y el de todos los hombres con los que ha estado, graduando la importancia de la relación por el lugar que ocupa la marca en su cuerpo. Mientras espera, Manuel reconstruye la aparición de los tatuajes, la vida de su hija, y paulatinamente cede la voz a un narrador más amplio, uno que ingresa y sale de espacios y tiempos vedados al hombre que bebe un café asqueroso para tragar el lapso de la duda. Al final del relato, en su última sección, la voz regresa a Manuel y se produce un efecto de ruptura que es, al mismo tiempo, el de la identificación profunda: el narrador que todo lo sabe calla para que el hombre que espera hable, porque la duda, el dolor y el miedo sólo pueden enunciarse en primera persona: “Lo peor es la duda. Ese momento en el que uno aún conserva la esperanza pero sobreviene el terror de la incertidumbre. […] El intervalo en el que se juega todo. Lo que viene después es ya irremediable y el curso de la vida arremete. La cuestión es el antes. La brutalidad del dolor cuando insiste el anhelo” (p. 61).


En el cuento que da título al libro cambian las geografías de lo cotidiano para instalarse en la precaria situación de dos parejas de inmigrantes indocumentados que viven en Madrid; la narradora y Marcos son argentinos, ella trabaja en un bar propiedad de dos compatriotas suyos y ahí es donde conoce a Moisés y Bety, aunque nunca llega a saber si ella se llama Beatriz, Betina o Betiana. Pese a no ser amigos, ambas parejas comparten las precariedades y zozobras de su situación ilegal, trabajan sin descanso y ahorran para regresar a su país, en el caso de los argentinos, o para traer a su pequeña hija de Ecuador, el sueño de Moisés y Bety. La geografía es un elemento fundamental en “Maraña”, la narradora y Marcos recorren la ciudad en el metro y los autobuses nocturnos, observando a todos los indocumentados que viven en los márgenes; la relación con la ciudad es distinta para Moisés y Bety porque ella simplemente no puede comprender cómo funciona el metro, qué dirección tomar en la calles y menos la ruta de los autobuses. Bety no puede salir a la calle sin Moisés, lo acompaña al trabajo y espera hasta que termine su turno, ensayando en sus largos periodos de espera recorridos posibles que traza en un mapa de bolsillo y que luego le cuenta a su hija mientras hablan por teléfono; pese a sus esfuerzos, Bety fracasa en su relación con el espacio que pareciera expulsarla para reafirmar su no pertenencia y extranjería.


Las historias que conforman Maraña de Natalia Massei no sólo hablan del día a día de sujetos convencionales, en un registro ciertamente cercano a Carver, también generan una temporalidad del presente. Menciona Josefina Ludmer que “el tiempo cotidiano es un tiempo roto, hecho de interrupciones y fracturas, que se repite cada vez como lo mismo y lo diferente”. En esta temporalidad fragmentaria y repetitiva es donde Natalia Massei encuentra e inscribe sus relatos, historias que parten de la repetición para estallar en la singularidad de un hecho capaz de interrumpir con sus ondas el flujo voraz de lo cotidiano, un flujo que termina asimilándolo todo.



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[1] Entrevista concedida al sitio Ceroveinticinco, disponible en:

http://www.ceroveinticinco.gob.ar/page/especiales/id/28/title/Entrevistas-en-ceroveinticinco.-Hoy%3A-Natalia-Massei


 
http://seminariodenarrativalatinoamericana.blogspot.mx/2014/09/en-los-bordes-entre-lo-banal-y-lo.html?view=magazine

lunes, 1 de septiembre de 2014

Baltasara Editora en ADN Cultura: Narrativas y archivos, de Rosario al país

Por Daniel Gigena

Baltasara Editora es un sello independiente que, a partir de 2009, ha retomado la tradición del librero y editor español Laudelino Ruiz, radicado en Rosario entre 1930 y 1972. Reunidas en seis colecciones -Narrativa, Patrimonio, Poesía, Testimonio, Teatro y Ensayo-, sus cuidadas publicaciones promueven y difunden la obra de escritores locales, nacionales e internacionales, además de rescatar la memoria de hechos acontecidos en Rosario y en el mundo gracias a los materiales del Archivo Laudelino Ruiz y de otros organismos provinciales.
La editorial lleva el nombre de una inmigrante española que vino al país con su hija y sus nietos. Su bisnieta, Liliana Ruiz, es la responsable de esta casa en cuyo catálogo figuran, entre otros, el hermoso libro de poesía de Beatriz Vignoli (Lo gris en el canto de las hojas), Memoria en la fragua, de Gilda Bona, Teatro I, de Patricia Suárez y volúmenes de cuentos de Carolina Musa, Alejandro Pereyra y Natalia Massei. ¿Cómo encaran el trabajo de selección? "Comienza con búsquedas de nuevas narrativas a partir de encuentros en congresos, festivales y lecturas que se desarrollan en Rosario, y con el rescate y puesta en valor de libros editados por Laudelino Ruiz."
Para lo que resta de 2014 en Baltasara trabajan en la edición de Wachi-book, novela de Algún Molina (seudónimo de Cristian Molina), Sanguíneo, de Verónica Laurino y Fernando Marquínez, y Poesía, de Santiago Alassia, además de Crítica literaria y otros textos del escritor, periodista y dramaturgo Fausto Hernández, en la Colección Testimonio. A inicios de 2015 aparecerán el segundo tomo del Teatro, de Patricia Suárez, e Inmemorial, del poeta Diego Colomba.
Los libros de Baltasara ya se distribuyen en varias librerías de Buenos Aires: Clásica y Moderna, De Ávila, Eterna Cadencia, Galerna San Telmo, Norte y Librería Mi Casa. C

http://www.lanacion.com.ar/1722815-narrativas-y-archivos-de-rosario-al-pais

Suplemento Señales 06/07/2014: Un libro propio: la voz de las mujeres en la narrativa de Rosario

Obras recientes de Natalia Massei, Carolina Musa, Laura Rossi y Silvia Tombolini dan cuenta de una producción que comienza a hacerse visible y plantea nuevas preguntas sobre la literatura local.


Por Julieta Tonello
 
La discusión es compleja; el tema, resbaladizo. La pregunta por la literatura femenina, en la escala que sea, suele llevar a simplificaciones y estereotipos. ¿Se puede hablar de una escritura de mujeres? Más concretamente, ¿se puede hablar de una escritura, de una narrativa de mujeres de Rosario? ¿Se puede pensar en una nueva generación de autoras en nuestra ciudad? ¿Habría que buscar una gracia particular en la prosa, en la mirada? Lo cierto es que, más allá de las valoraciones que arrastre el tema —y de las proyecciones posibles—, de un tiempo a esta parte las escritoras locales vienen cobrando mayor notoriedad gracias a nuevas editoriales y formas de difusión.
Antecedentes que registren esta escritura pueden rastrearse en Nada que ver, la antología de narradoras rosarinas que en 2012 publicaron las editoriales Recovecos y Caballo Negro: una selección en la que comparten lugar escritoras de trayectoria, otras tantas emergentes y algunas inéditas. Ya desde el título, la compilación señala las diferencias en los registros y en las apuestas estéticas de las catorce autoras que la componen y cuestiona, así, toda categorización.
Más cerca en el tiempo, y también a nivel local, la amplitud de estilos y motivos que se reconocen en los libros editados da cuenta de los límites difusos del concepto. Baltasara Editora y Río Ancho Ediciones acaban de publicar volúmenes de narrativa a manos de autoras de la ciudad, dos de las cuales formaron parte de Nada que ver con sus relatos: En el cuerpo quién sabe, de Carolina Musa; Aunque ella nunca se entere, de Silvia Tombolini y Maraña, de Natalia Massei, aparecieron por Baltasara; Llegaría el silencio, de Laura Rossi, por Río Ancho. Un gesto que, además de funcionar como muestra de la diversidad de las producciones, refleja la visibilidad que la literatura de escritoras rosarinas ha tomado durante los últimos años.
En su primera novela, Tombolini (San Lorenzo, 1957) recrea, con gran condensación emocional, los hitos de una vida a través del filtro que imponen la distancia y la enfermedad. En el buceo introspectivo de su discurso —distanciado mediante el recurso a una tercera persona que alterna con la primera, como alternan también el presente y el pasado—, Aunque ella nunca se entere recorre los estadios de la vejez, el padecimiento físico y la certeza del final. La autora reúne recuerdos de infancia, reconstrucciones de conflictos familiares e historias de amores que narran lo perdido. Un lugar, un objeto, un nombre son algunos de los estímulos que excitan la memoria y hacen revivir, siempre deformadas, situaciones o experiencias pasadas.Recordar, para la protagonista, es la posibilidad de ver lo propio, de verse a sí misma, cuando lo que se mira en realidad es otra cosa: un espejo engañoso en el que no es posible confiar. A su vez, Tombolini cuenta el contexto político del momento y lleva el acento al mundo social, a la recreación de mentalidades y costumbres.
El paisaje salteño, con su clima distintivo, su cosmovisión, es una constante en el libro de cuentos de Carolina Musa (Rosario, 1975), En el cuerpo quién sabe. Leer estos siete relatos es ir al encuentro con lo místico y con lo misterioso, que irrumpe en medio de una atmósfera provinciana; una confluencia de elementos sobrenaturales, conjuras, supersticiones y creencias religiosas que enrarecen las escenas y tienen su efecto en los cuerpos de quienes pueblan y visitan el norte argentino. Musa reconstruye esa topografía en clave fantástica con una prosa que por momento se ralentiza, como si se preparara para dar lugar a la extrañeza: velas que se apagan solas, aparecidos, una misteriosa enfermedad, invocaciones, un muerto que habla.
Maraña es un libro sólido, vertebrado por la búsqueda de los vínculos afectivos esenciales. Los cuentos de Natalia Massei (Rosario, 1979) parten de escenas triviales y captan el resquebrajamiento de una relación de pareja (producto de capas acumuladas de soledad, de incomprensión y silencios), los gestos de una hermana que ocupa el rol materno, el sentir de un padre testigo —lateralmente— de la vida amorosa de su hija. Lo suyo es la construcción de personajes; son ellos el verdadero motor de las historias. Personajes en continuo movimiento, liados tanto en una confusión de mapas y calles como en sus enredos personales, y retratados en una sucesión de chispazos o flashes donde coexisten el amor, el tedio, la humillación, la indiferencia. Una carga de ambigüedad enriquece las escenas: hay en cada cuento un entramado complejo a descubrir detrás de situaciones cotidianas o de ciertos detalles que se tornan reveladores al acercar el foco.
Sin ceder a metáforas evidentes ni a los golpes bajos, Laura Rossi (San Miguel, Buenos Aires, 1980) construye con su novela una alegoría de la dictadura militar y de sus secuelas. Múltiples narradores, alteraciones temporales y un lenguaje a la vez sucinto y poético dan forma a Llegaría el silencio. La historia, que transcurre en Olivares, presenta a esa población de la pampa, invisible en los mapas, como un microcosmos, como metonimia del país, y ofrece de esta manera una versión condensada y completa de la sociedad. Rossi dibuja un ambiente opaco, de opresión, un espacio claustrofóbico con protagonistas a los que una y otra vez se les ordena callar y que llevan "una vida subterránea colmada de desviaciones y de secretos inconfesables que esconden como agujas en un pajar".
Zona compartida
Hay una zona que insiste en los libros, y es el cuerpo. El lugar en el que se expresa una condición de anhelo persistente, una inconformidad. La enfermedad, el dolor físico, el cansancio que se siente en los huesos, son el común denominador de las historias. El cuerpo, también, como la única realidad palpable a través de la cual se accede a los puntos ciegos en el pensamiento de los personajes y a lo incomprensible del espacio en que se mueven.
Se repite, asimismo, una forma de percepción —fina, intimista—, una sensibilidad acentuada. "Las historias están todas contadas, la diferencia reside en los colores, las texturas, la luz y la sombra, los puntos y las comas, la cadencia, el maquillaje", dice Natalia Massei en uno de los cuentos de Maraña. Algo de esos colores y de esas texturas particulares, que son un modo de prestar atención al mundo y de mostrarlo, es lo que se reconoce en las narraciones.
Pensar en estas correspondencias no implica que la escritura misma, en su estructura, responda a una clave femenina. Mucho más fructífero resulta, en cambio, pensar a las obras por fuera de esos límites, como el producto de la dinámica tensional entre el tiempo, el lugar y el enclave social desde los que se escribe. Son esas las fronteras de pertenencia de los textos.
Desentrañar la complejidad del rótulo de escritura de mujeres, arrancarlo de las rigideces y contextualizarlo es una tarea todavía pendiente. Los talleres, los festivales y ciclos de lectura, las ferias, las revistas, plataformas digitales, redes sociales y editoriales que se ocupan de la circulación y la socialización de la literatura de la ciudad, encuentran en esa red de prácticas y núcleos de trabajo menos rasgos comunes entre los textos que afinidades entre las autoras. Los volúmenes editados por Baltasara y Río Ancho permiten visibilizar parte de lo que están produciendo las escritoras de Rosario, repensar las coordenadas que lo demarcan y apostar, a su vez, por algún tipo de continuidad.

http://www.lacapital.com.ar/senales/Un-libro-propio-la-voz-de-las-mujeres-en-la-narrativa-de-Rosario--20140706-0055.html

Suplemento Señales 09/02/2014: Una agenda para lectores rosarinos

Por Osvaldo Aguirre
 
Si el 2013 dejó muchos libros publicados en Rosario, el año que comienza parece  muy prometedor. Las biografías de Roberto Fontanarrosa y de Aldo Pedro Poy, poemas de Elvio E. Gandolfo, cuentos de
Carolina Musa y Natalia Massei, crónicas cinematográficas de Fernando Chao, ensayos de Adolfo Prieto, Juan Ritvo, Guillermo Fantoni, Darío Barriera y Pablo Montini, guiones cinematográficos de Julia Solomonoff y Gustavo Postiglione, libros de Daniel García y Virginia Negri entre los artistas, se cuentan entre las novedades que preparan las editoriales locales. Además, entre las reediciones, se anuncian para este año los relanzamientos de Alborada del canto, el primer libro de poemas de Beatriz Vallejos (Ediciones Ivan Rosado), La Barcelona argentina, del historiador Ricardo Falcón (Laborde Editor), y No juegues con gitanas, cuentos de Rafael Oscar Ielpi (Homo Sapiens).
La mayoría de los libros en preparación son de literatura, aunque también se destacan textos de historia y de educación (ver aparte) y la presentación de un nuevo sellos: Colectora, dedicado al psicoanálisis. Parte del catálogo La Editorial Municipal de Rosario ofrece el plan más ambicioso para el 2014. Este año aparecerán tres libros premiados en la última edición del concurso de poesía Felipe Aldana   —Ambulancia improvisada, de Julia Enriquez; Folk, de Bernardo Orge, y Mágico Hermoso Profundo, de Manuela Suárez— y diez nuevos títulos de la colección infantil de cuento. También por la EMR  aparecerán las crónicas de Fernando Chao; Conocimiento de la Argentina, estudios literarios reunidos de Adolfo Prieto, con prólogo de Nora Avaro; Anarquistas, curas, prostitutas y burgueses. Imágenes de Rosario de 1850 a 1955, de Pablo Montini, Alicia Megías, Agustina Prieto, María Pía Martin y María Luisa Múgica y El libro de Empalme Graneros, con testimonios de vecinos y textos de historiadores.
Además se anuncia Las hamacas de Firmat, el primer libro de Ivana Romero, entre los nuevos títulos de la Colección Naranja, la novela gráfica Johnny Jungle, de Jean- Christophe Deveney y Jerome Jouvray, y un libro de fotografías, Árboles de Rosario. Homo Sapiens prepara las biografías de Aldo Pedro Poy, a cargo de José Luis Cantoni, y de Roberto Fontanarrosa, por Horacio Vargas; en la colección de narrativa Ciudad y orilla aparecerán Estudio de las viejas revistas, de Lilian Neuman, rosarina radicada en España, y la reedición del libro de Ielpi. También saldrá Los que vinieron. Historias de familia que no
se contaron, novela de Marga Santolín. En el ámbito de los libros para niños y jóvenes, Homo Sapiens publicará entre otros títulos Lejos de casa. Cuentos con serpientes, demonios y gigantes, de Jorge Accame y Elena Bossi, con ilustraciones de María Jesús Alvarez y Un cuento sobre andar en bicicleta en la ciudad, de María Cristina Alustiza, que incluirá el plano de las bicisendas de Rosario. Baltasara Editora comenzó el 2014 con el lanzamiento del primer libro de su colección de poesía: Lo gris en el canto de las hojas (Poemas) de Beatriz Vignoli.
En narrativa aparecerán este mes la novela corta Llueve sobre los rieles de Alejandro Hugolini y el libro de cuentos En el cuerpo quién sabe, de Carolina Musa. En marzo aparecerán Maraña, cuentos de Natalia Massei y la novela Aunque ella nunca se entere, de Silvia Tombolini. Además, Baltasara inaugurará este año dos nuevas colecciones, dedicadas a libros de testimonio y de ensayo. El Club Editorial Río Paraná inaugura este mes una nueva sede, en la galería de Catamarca 1427 (en el mismo lugar funcionará el espacio Paisaje). Los títulos para el primer semestre son la reedición del primer libro de Beatriz Vallejos, con ilustraciones de Leónidas Gambartes; Un gato que camina solo, texto y dibujos de Daniel García, y tres libros de poemas: El camino de la liebre, de Cristhian Monti; El año de Stevenson, de Elvio Gandolfo y Moluscos, de Rosina Lozeco, el último en la Colección Brillo. En Beatriz Viterbo se anuncian entre otros títulos Berni, ensayo de Guillermo Fantoni; Los mundos de María Teresa Gramuglio. 12 ensayos sobre la obra crítica y una entrevista, compilación de Judith Podlubne y Martín Prieto; Justo entonces, relatos de Cristina Iglesia y En cuanto a las bestias, de Noelle Revaz, traducción de Adriana Astutti. Además, en octubre se lanzará la colección Guiones de cine argentino, dirigida por Cecilia del Valle y Hernán Ruiz.
Los títulos iniciales reunirán guiones de las primeras películas de Martín Rejman, Julia Solomonoff, Gustavo Postiglione y Rodrigo Grande. Nuevos formatos Editorial Serapis prepara por su parte las ediciones de Los árboles junto al Río de la Plata, de Paul Zech, en edición bilingüe con ilustraciones fotográficas de cada uno de los árboles y traducción de Héctor A. Piccoli; Primavera indiana de Sigüenza y Góngora, edición y notas de Tadeo Stein; De esta ceniza, bajo este sol, de Pablo Serr y Poesía política, del uruguayo Saúl Ibargoyen. Río Ancho tiene previsto el lanzamiento de tres libros que obtuvieron premios y menciones en su primer concurso de narrativa, dentro de la colección Contracorriente. En abril, aparecerá la novela que ganó el primer premio, Hilachas, de Laura Rossi; en agosto, el libro de cuentos que obtuvo la primera mención, Desnudo pateando una moto, de Matías Magliano, y en noviembre la novela que obtuvo la primera mención, Retrato de M.,  de Graciela Ballestero. “Además, buscando abrir la oferta, inauguraremos una colección académica en la que se publicarán las tesis doctorales de Mauricio Manchado y Cecilia Revigio”, anuncian los editores. Yo soy Gilda iniciará su año editorial con la presentación de Anuario, Registros de acciones artísticas 2013.
“Este libro renueva su formato, incluye una amplia diversidad de voces, suma material gráfico y se amplía a búsquedas de autores”, dicen los editores. El plan para el primer semestre incluye César Benetti. Obras de los años cincuenta, de Federico Ricci, ensayo sobre la producción del arquitecto César Benetti Aprosio en Rosario durante los años cincuenta; Enamorada del muro, de Virginia Negri, antología que reúne un cuerpo de trabajo que esta artista construye desde hace algunos años a partir de mensajes de texto almacenados en la memoria de su celular; T.R.I.P.A., de Maxi Masuelli, registro de paisajes argentinos que reúne más de un centenar de obras de artistas de todo el país y Apolinar Moldes y su colección de arte argentino, de Pablo Montini, sobre una de las colecciones más importantes del país por su extensión y calidad, conformada por Apolinar Moldes durante sus años de trabajo como mayordomo del Museo Juan B. Castagnino.
Erizo iniciará tres colecciones: una de ensayos, con El peatón inmóvil, del mexicano Luigi Amara; de poesía, con El astronauta que se posó en el parque de Gualeguay, de Alfredo Veiravé; poemas no publicados en libros e inéditos, con introducción y notas de Claudia Rosa, y de libros encuadernados a mano y con tapas duras, con Los teleféricos, de Francisco Sanguinetti. Además, en narrativa, Erizo reeditará La salud de W.R., de Carlos Ríos, y publicará el segundo libro de poemas de Carolina Musa. El Ombú bonsai planea relanzar en ebook su catálogo, al tiempo que publicará al menos dos nuevos títulos en la colección de narrativa Raíces aéreas; Danke publicará El libro de cuentos de Corazón, novela de Agustín González; Soquete terrorista anuncia poesía inédita de Adrián Abonizio. No sólo habrá libros en papel . Fiesta e-diciones prepara otros títulos para su serie de ebooks: Bizzio y Chejfec después de Babel, ensayo de Mariana Catalin; Soy Fiestera. Obra poética reunida, de Mercedes Gómez de la Cruz y Pura cumbia, relatos de Washington Cucurto. Para pasarse el año leyendo.
Un nuevo espacio
“Este año Yo soy Gilda editora aumenta su forma y se une con Anuario, generando un nuevo lugar que se llama Paisaje, ubicado en la galería Dominicis, en calle Catamarca 1427 —dice Lila Siegrist, editora del sello—. Pensamos alterar el procedimiento editorial generando publicaciones y exposiciones en canon o al unísono, así como tendremos días fijos de encuentros para discutir proyectos. Exposiciones que se leen, libros que se caminan, poemas que se cantan, obras que se conversan; artistas, escritores, amigos, vecinos y foráneos. Largamos el 21 de febrero con una exposición llamada Nocturnos, con obra de Daniel García, Virginia Negri, Ariel Costa, Luján Castellani y Orlando Ruffinengo”.

Entrevista en ceroveinticinco


Natalia Massei es escritora y profesora de idioma francés. Alumna del taller literario de Marcelo Scalona, publica en las contratapas de Rosario12, coordina una café literario en lengua francesa y acaba de publicar en “Antología Rosario: Ficciones para una nueva narrativa”, un libro que recopila a jóvenes escritores rosarinos con mayor proyección. Así, abarca distintos universos: el de la narrativa, el idioma. Y atraviesa esos continentes y atmósferas -pequeñas, efímeras, de una latencia poderosa -sin dejar nada por nombrar.
Nombre: Natalia Massei
Edad: 32
Ciudad de origen: Rosario
Profesión/actividad: Escritora; Profesora en francés.

¿Qué leías en tu infancia y adolescencia?
De la infancia, recuerdo los clásicos de la colección Billiken: Oliver Twist, Mujercitas, Moby Dick; y también la colección Elige tu propia aventura, una serie de libros, que aparecieron en los ochenta, en los que el lector, a medida que avanzaba, tenía que elegir entre diferentes posibilidades que determinarían el rumbo de la historia. Más cerca de la adolescencia, recuerdo el deseo y la avidez por la lectura. En mi casa no había biblioteca, ni muchos libros en general, así que para mí la lectura tenía el condimento de lo extraordinario en varios sentidos. Hay un libro que quedó en mi memoria como un símbolo de esa búsqueda: una suerte de manual escolar, que había pertenecido a mi mamá, que reunía textos de la literatura universal de todos los géneros y épocas: Miguel Cervantes, Dante Alighieri, José Hernández, Horacio Quiroga, Alfonsina Storni, etc. No sé qué entendía o qué encontraba en esos textos pero los leí miles de veces. En la adolescencia leía, sobre todo, a los grandes escritores latinoamericanos: Cortázar, Borges, Gabriel Gracía Marquez, Alejandra Pizarnik…

En tus escritos partís, generalmente, de una escena cotidiana, ¿qué características debe tener para que se constituya en relato?
Me resulta difícil explicarlo, de hecho, es una pregunta que me hago. Creo que hay características propias de la escena que, en determinada circunstancia, se encuentran con una percepción atravesada por cuestiones personales, afectivas, un estado de ánimo, a veces cierta incomodidad… Es decir, hay una carga semántica y afectiva en ambas dimensiones: la imagen y la percepción. Si trato de desandar un poco el proceso, podría decir que parto de pequeñas escenas triviales, puede ser un flash, una visión fugaz o una situación que me sugiere una grieta hacia una dimensión más profunda en la que vibran sentidos intensos, trascendentales. A mí me gusta pensar esas escenas como texturas porosas por donde se filtran cosas que no se ven a simple vista, los bordes entre lo banal -que puede pasar desapercibido- y lo extraordinario, el entramado complejo detrás de cada gesto. Sí hay algo que se me aparece siempre en esas percepciones: cierta ambigüedad o versatilidad de una escena. Se trata de momentos cotidianos que pueden albergar el germen de otra cosa: la ternura, lo siniestro, lo épico… Y luego hay un modo de mostrar, acercando el foco hasta la saturación de un detalle que se torna revelador en el sentido que mencionaba antes.

Coordinás un Café literario en francés desde 2008. ¿Cómo es escribir y hablar en diferentes idiomas?
Creo que cuando se incorpora como algo cotidiano, es un poco como desdoblarse y pensar con la cabeza propia pero en una sintonía diferente. El pasaje de un idioma al otro implica un cambio de estructura, más allá de las similitudes que pueda haber en cada lengua. Uno usa otras palabras, otros modos de decir, habla con un tono de voz diferente en función de la modulación, experimenta otros rituales comunicativos. También se trata de un ejercicio y un entrenamiento permanente, hay momentos del año en los que por mi trabajo, leo más en francés que en castellano. En esos casos, volver a la lectura en mi idioma es como un recreo, un descanso de ese viaje hacia otra lógica discursiva.

Si tuvieras que elegir un año importante de tu vida (preferiblemente hasta los 25 años) ¿Cuál elegirías y por qué?
Antes de los 25 años, recuerdo con mucha intensidad un período entre 2002 y 2003. Para mí fue un momento en el que confluyeron circunstancias sociales y personales que marcaron el rumbo de los años siguientes. Veníamos del 2001, de un clima de apatía y hastío muy presente en mi generación. Recuerdo una sensación compartida de aplastamiento y de futuro borroso. Después de la crisis, el estallido social, la tragedia, se produjo un quiebre: cierta efervescencia de la calle, las asambleas barriales, la búsqueda de nuevos paradigmas y prácticas de construcción colectiva. En ese contexto, conocí a quien es aún hoy mi compañero y juntos viajamos y vivimos varios meses en Europa llevados por cuestiones de estudio y trabajo diferentes para cada uno, en las que nos acompañamos mutuamente. La experiencia de vivir en otra parte fue un aprendizaje no sólo en relación a otros modos de ser y estar en el mundo, sino también la ocasión de replantear elecciones de vida.

¿Quién es Natalia Massei?
Alguien que busca la simplicidad y no la encuentra...!

Entrevista realizada por Ariel Zappa
http://www.ceroveinticinco.gob.ar/page/especiales/id/28/title/Entrevistas-en-ceroveinticinco.-Hoy%3A-Natalia-Massei.
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