sábado, 21 de junio de 2014

Variaciones mínimas [Fragmentos #2]

     Ve a su padre almacenando mercaderías en el baño. Un baño antiguo de dimensiones generosas. En el centro, una bañera de hierro enlosado sostenida por cuatro patas de león rodeada de cajas de whisky, cigarrillos importados, zapatos, radios y relojes baratos venidos del Paraguay.
     Una vez, en ese baño apareció la virgen. La había traído él, sin avisar. Pudo verla antes de que su mamá la destrozara a martillazos. Desde la pieza escuchó los gritos: un alarido largo y después un murmullo de quejas distorsionado por la respiración entrecortada. Pudo verla entre las cajas, coronando la bañera, mientras su mamá corría a buscar el martillo para volver enseguida y molerla a golpes. Una paliza literal. Recuerda bien los pedazos esparcidos en el piso. Ella tendría once o doce años. Se reía y temblaba. Dos descargas simultáneas provocadas por la sensación de ver a su madre atacando a una estatua de yeso. Después se miraron y se rieron. Las dos paradas debajo de la puerta frente a la virgen. Contemplando los restos, la intensidad decolorada de los ojos, los labios descascarados, los pómulos melancólicos, Adela comprendió la reacción de su madre. Sintió en carne propia el miedo: alcanzaba para hacer todo el trayecto desde el baño hasta la cocina atravesando varias habitaciones; buscar el martillo en el tercer cajón de la mesada; regresar corriendo y volver, para encontrar a la virgen en el mismo lugar, erguida entre los bártulos.

domingo, 1 de junio de 2014

PRÓLOGO de Marcelo Scalona


       Uno supone –bien– que después de obtener Alice Munro el Premio Nóbel de Literatura por una pila de libros de cuentos, “nada más que eso”, cada vez será más difícil encontrar esos libros de relatos sólidos, parejos, contundentes, tanto en el sentido formal como semántico. Ni qué decir de libros de cuentos como los de Borges, Cortázar, Yates, Carver o Bolaño. Es cada vez más difícil. Libros de once cuentos donde los once relatos se podrían elegir para una antología de la mejor literatura nueva de Rosario. Cualquier buen escritor tiene un gran relato para poner adelante en un inventario de cuentos casi siempre irregular, inmaduro, donde a menudo se advierten aún las múltiples deudas con tanta biblioteca. Solamente los muy buenos escritores tienen once cuentos que podrían ir adelante, primero, y que justifiquen editarlos en la época del reino de la novela. O sea, como diría mi primer psicólogo, nunca hay que dar nada por supuesto.

       Vi crecer algunos años la escritura de Massei, su sencilla capacidad para escribir cualquier cosa de la mejor manera, sin embargo, lo realmente importante es que desde el primer momento se notaba en ella una voz propia, “el estilo”, última razón que divide escritores de aficionados: la exactitud de la articulación (el laconismo dibenedettiano), la reticencia a la manipulación, la obviedad o la fantasía pueril, cierta ferocidad y contundencia en lo histórico, el punto de vista del coraje y la dignidad, y un velo de suave desaliento chejoviano capaz de hacer de una historia negra una pieza lírica, de gran ternura implícita, aunque felizmente, siempre, contenida, justa.

        No fue casual nombrar a Munro al comienzo, ni yo puedo ser objetivo, porque con el tiempo me he convertido en un lector devoto de Massei, aunque creo, sin embargo, que podría explicar mejor o sostener en otro ámbito –académico incluso- que sus textos son hoy de lo mejor que tiene la literatura de Rosario. En este libro es fácil comprobarlo.
                                                                                                                                       

Marcelo Scalona
Marzo, 2014